viernes, enero 07, 2011

ENTENDIENDO EL TIEMPO DE OBAMA Y OTROS

Entendiendo el tiempo de Obama y otros

Por Lorenzo Gonzalo, 6 de Enero del 2011



Obama no llegó al poder para acabar con el capitalismo, sino para salvarlo.

Esa frase la hemos dicho muchas veces. Reiteradamente hemos expresado que Obama es parte del establishment y también hemos dicho que semejante expresión es una perogrullada.

No existe la más mínima condición para que alguien con propósitos de oponerse al establisment y eliminar su influencia en las decisiones esenciales de la política de Washington, pueda alcanzar el poder. Obama no es una excepción.

No hay dudas que las expresiones públicas de Obama, manifestadas en sus libros, especialmente en “La Audacia de la Esperanza”, reflejan tendencias que van, más allá de las ideas comunes del poder factual en Estados Unidos. La publicación de ese libro, por no mencionar otros, data del año 2006, mucho antes de que se definiera con claridad su decisión de aspirar en las elecciones del año 2008. Conocer el libro y decir que Obama no es ni siquiera un liberal, pone en dudas el conocimiento de quien lo diga.

Si creemos en las grandes conspiraciones y nos negamos a aceptar que existen criterios divergentes y críticos dentro de un cúmulo de personas e instituciones, que forman parte de la vida política de Estados Unidos, entonces podríamos decir que Obama es una creación del poder factual estadounidenses.

Es probable y quizás seguro, que su presencia puede haber animado a los sectores centrales de esos poderes para aprovecharse de los intereses políticos de Obama y el carisma que lo llevó a senador estatal del South Side de Chicago, desde 1997 al año 2004 y luego a Senador del Estado de Illinois, para tomar la decisión de impulsar su candidatura.

En medio de la crisis creada por Bush con el erróneo manejo del derrumbe de las Torres Gemelas y la declaración de guerra a una región que de por sí estaba perfectamente controlada por Estados Unido en términos de acceso a sus recursos petroleros, un candidato negro podía resultar una buena elección para distraer la atención. Incluso resultaba una buena escogencia para complacer a los fanáticos que forman la base del Ku Kus Klan y organizaciones similares. No hay dudas que la agravación de la crisis económica creada con la aquiescencia de la Administración Bush y las ambiciones de muchos de los participantes en su gabinete, en conjunción con los antecedentes de la política de Clinton, podrían, eventual y convenientemente, achacárselas a una persona perteneciente a una raza considerada inferior. Hay que recordar los escritos de Thomas Jefferson al respecto. O sea, el criterio racista data de la época en que el primer colonizado pisó esta porción de Norteamérica. Luego se agudizó con la llegad de los esclavos.

Quienes organizaron el país como hoy lo conocemos, nada tenían que ver con los negros y en nada variaron sus criterios raciales. Al margen además de ese pensamiento discriminatorio y la oportunidad de justificarlo frente a un fracaso rotundo de Obama por el cual apuestan, es conocido que por razones sociales, los negros han protestado y han formado coaliciones para defenderse de su exclusión como ciudadanos y de las desconsideraciones laborales a las que son sometidos por empleadores abusadores e incapaces. Esas luchas los ha identificado socialmente con una supuesta inclinación a posiciones llamadas liberales, que la derecha aprovecha para igualarlas a la izquierda, aunque no son más que posiciones moderadas respecto a la Administración del Estado que, en esencia, coinciden con el otro partido gobernante, el Republicano.

El impedimento material, social y político de Obama para enderezar el árbol torcido por la anterior Administración, podría servir para justificar el racismo y al propio tiempo denostar al socialismo, a las izquierdas, a los progresistas y en general, a los ciudadanos que se preocupan por el bienestar colectivo y son excluidos de los beneficios sociales, por la avaricia de los grandes intereses que olvidaron sus orígenes.

Todas estas consideraciones fueron seguramente tomadas en cuenta por ese sector, cuando valoraron favorecer a Obama como candidato presidencial por el Partido Demócrata. Los grandes errores de los miembros más fanáticos del Poder real de Estados Unidos, requerían de una limpieza. En un momento en que todos coincidían que el Partido Republicano no tenía ninguna posibilidad de ganar, un candidato negro con una historia de hombre preocupado por los asuntos sociales, era sin duda una buena opción para la derecha recalcitrante de Washington que también estaba convencida que la economía no se estabilizaría por arte de magia y tomarían años para desenredar el entuerto creado por los republicanos de línea dura durante el período de George W. Bush. Por lo tanto, la seguridad de poder culpar a Obama del desastre era probable.

Obama tenía además la garantía de ser un hombre convencido de los procedimientos políticos del sistema, consistentes tradicionalmente en no crear disturbios, ni asumir actitudes que entorpezcan un ápice, la dirección administrativa y el control del Estado. Era sabido que Obama pertenecía al Estado creado por los Padres Fundadores, aunque tuviese criterios que podían diferir pero que, con toda seguridad no los contradecían. Recordemos la respuesta de Al Gore, cuando aceptó la decisión de la Corte Suprema a favor de Bush, en unas elecciones donde, habiendo ganado el voto popular y existiendo pruebas de fraudes e irregularidades diversas en la Florida y otros estados, aceptó disciplinadamente el fallo judicial. No olvidemos tampoco que Estados Unidos es el único país donde no han existido golpes de estado o situaciones políticas internas que hayan colocado en una situación difícil a la Administración de turno. Esa disciplina o esa costumbre, no ha cambiado ni cambiará. Lo que puede cambiar y esta cambiando, es una mayor conciencia en muchos ciudadanos, especialmente dentro de la llamada generación “Y” (que viene de la tendencia de esa generación a decir “Why” que significa “Por Qué?). Esta generación es contestataria, y capaz de renunciar a muchas comodidades por no aceptar imposiciones. También dentro de la generación Z, que a pesar de ser consumista, también es pesimistas y muy desconfiada del gobierno.

Estos procesos generacionales, surgidos por la diversificación de la educación y un acceso cada vez mayor a la información, están creando condiciones que no podrán ser fácilmente controladas por quienes componen los cimientos del Poder en Estados Unidos.

Estas tendencias generacionales, nacidas en una época donde las informaciones son cada día más difíciles de esconder, se observan principalmente en los Estados que han logrado una estructuración sólida y donde la necesidad de recurrir a la fuerza bruta es algo tan remoto, como el surgimiento de una rebeldía colectiva capaz de asaltar las instituciones del Estado, para descubrir al día siguiente que han creado un vacío de terribles consecuencias. Las generaciones de hoy, preparadas y con gran información, saben los resultados probables de romper determinados patrones.

Cuba es un ejemplo de ello. No han surgido allí conflictos mayores por los ajustes que vienen planteándose para lograr la continuidad del proyecto social. En China hubo conmociones internas cuando optaron por revalorar el ordenamiento de la economía, pero fueron de poca envergadura y de origen grupal, pues se trató fundamentalmente de personas que aspiraban al poder más que al aseguramiento de un proceso. No es de dudar que en Estados Unidos, en un momento dado, pudieran surgir cosas parecidas, cuando otro Partido o uno de los existentes renovado, se plantee debatir cambios profundos. Una ocurrencia de este tipo, dentro de una institución con la representación que significa un partido nacional, favorecida de consenso y no por voluntad de persona alguna, podría tener éxito en una sociedad que ha madurado en la disciplina del trabajo y en el acatamiento a los procedimientos de dirección, aun cuando los impugne en su momento, como de hecho ocurre en muchas instancias de la vida diaria. Por añadidura, un proceso semejante conduciría a la realización de cambios en el sistema político.

La tendencia de cierta izquierda (debía eliminarse esta acepción) de explicarse Estados Unidos como un antro de villanos, olvidándose de su historia organizativa, dificulta no solamente que las personas neófitas entiendan el país, sino impide además que personas que viven en otra latitud puedan convertirse en una parte influyente de su debate interno, favoreciendo una identificación madura con aquellas de su gente que poseen una visión más universal. La evolución de Estados Unidos y sus debates no son patrimonio solamente de quienes allí viven. Es una intolerancia y a veces una trampa de los políticos, confundir la opinión y el debate con una injerencia en los asuntos internos de los países que gobiernan. Hay que participar del debate universal por un mundo mejor y para ello hay que opinar sobre los aspectos generales de cada país, en particular en términos de sus manifestaciones políticas, sociológicas, sociales y societales.

De Estados Unidos hay que aprender la manera en que surgieron sus elementos infraestructurales, su seriedad administrativa, la normalidad que oficialmente se le concede a quienes hierran y la poca importancia que se les atribuye, tanto en su culpabilidad como en los pequeños inconvenientes ocasionados por la misma. Por supuesto esto no excluye juicio y condena en aquellos casos que las personas cometen un delito aprovechándose de sus cargos y cuyas condenas a veces son demasiado benévolas.

Obama, sin que les quede la menor duda a quienes puedan haberlo dudado por no habernos leído antes, es parte del establishment y está allí para salvar el capitalismo. Eso no niega que haya sido víctima de sus propias creencias, pensando que podían cruzarse ciertas líneas.

El sistema admite ajustes hasta un punto, pero a partir de ciertos cambios se ponen en juego grandes conjunto de las infraestructuras o la estructura como tal. A estas alturas Obama debe haber comprendido que su propia reforma de salud, tal y como la había concebido, en el mejor espíritu humanista, moral o como quieran denominarlo, interfiere con grandes conglomerados que a su vez están engarzados a otras industrias e instituciones financieras. Respecto a otras propuestas le ha ocurrido otro tanto. Obama, si no lo sabía de antes, ya debe saber que la aprobación de determinadas medidas, pondrían en juego los mecanismos administrativos a los cuales él no ha renunciado y quizás no haya pensado nunca abandonar. Su función y seguramente sus deseos, es hacer que el sistema vuelva a andar nuevamente.

De igual manera ocurre en Cuba, donde la función del Presidente Raúl Castro es salvar el socialismo.

Ambos en definitiva, en aras de salvar un sistema político, buscan maneras encaminadas a rescatar la economía que, no solamente es una sola y la misma, sino que quizás sea indivisible. Obama, con más inconvenientes quizás que el gobernante cubano, lucha por las ideas que ha venido expresando por muchos años. Ambos enfrentan la esclerosis de mentalidades que, sin querer o quizás queriendo, se han divorciado de los tiempos.

No hay razones para no darle a Obama el beneficio de la duda, pero es innegable que nada de lo planteado por su Administración, tiende a la eliminación del sistema político del país.

Obama es solo un exponente adelantado del establishment, sino que pertenece al Club del Poder.

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