lunes, septiembre 20, 2010

ESCUÀLIDA QUE NO BEBE "LA MALA LECHE" DE CHÀVEZ

Desde Venezuela


ESCUÀLIDA QUE NO BEBE “LA MALA LECHE DE CHÀVEZ”

El carajito que le quitaría Chávez, ya le mudaron los dientes.


ELIGIO DAMAS

El abasto ubicado cerca de mi casa, donde hago algunas compras, se me ha vuelto sorprendente fuente de información sobre el denso y sensato pensamiento escuálido. Con anterioridad he dejado constancia de ello.
Este es el caso de una joven señora que ahora mismo llegó a la puerta del negocio casi junto conmigo. Descendió de un vehículo grande y hermoso; una de esas camionetas que a uno le vendría bien para viajar a visitar amigos y familiares, llevar la banda completa y conservar espacio a lo que hayamos de traer.
Como siempre, por no estar propiamente en mi patio, tener nada que llame la atención y habitual disposición a observar, entré sin que nadie se percatase; ella puso empeño en lo contrario; sus razones le sobran; pese que la llegada de su camioneta fue una razón atrayente, ésta perdió interés cuando la joven dama pudo exhibir su hermosa figura. Aparte de esas condiciones llamativas, desde la entrada comenzó a saludar a todos, hasta usando nombres propios, como si estuviese en campaña. Pero no fue por eso. Sino que a la gente que allí acude, podríamos decir que casi todos, les une la antipatía por el presidente. Tanto que por eso, son “burdas de panas” y compañeros de “infortunio”.
Viven asustados porque Chávez, según ellos, está a punto de quitarles todo. Tanto es así, que hasta comentan como si malo fuese, que éste les quitó la cuota balón y el Índice de Precios al Consumidor (IPC). El verbo quitar es como un estímulo que exacerba el odio. El abasto, no sólo es el sitio para comprar los alimentos, sino encontrarse, convencerse que aún existen, insuflarse fuerzas, intercambiar noticias generalmente falsas, celebrar que los chamos que les quitaría Chávez volvieron a cumplir años en casa y les mudaron los dientes, quejarse que tendrán que gastarles un realero en útiles escolares, es pues como el muro de los lamentos. Además, un punto informal de contacto, donde se acude a recibir la línea escuálida. Sólo que allí llega lo que a cada quien se le ocurra difundir, por lo que generalmente salen más confusos y enredados. Porque no hay línea coincidente ni conducta racional; la coherencia sólo se da en lo de odiar a Chávez.
Dando vueltas en busca de algunas cosas me encontré de repente al lado de la hermosa joven. Como sucede frecuentemente, ésta dio por hecho que el señor, que a su lado estaba, era un compinche escuálido.
¡Qué vaina, por eso creen, en cada contienda electoral, que están sobrados!
“¡Como siempre!”, dijo la dama en voz alta - para que la escuchásemos yo y los demás – “no hay leche pasteurizada”.
Pensando ingenuamente que no había notado la buena cantidad de litros del producto de dos marcas, una muy reconocida, ahora propiedad del Estado y otra que nunca antes había visto, colocados en el estante refrigerante, caballerescamente intenté corregirla de lo que creí un simple descuido o ligereza.
“Mire, allí hay leche. Completa y descremada”. Dije a la joven, mientras mi dedo índice izquierdo ayudaba a la palabra.
Volteó hacia mi con lentitud, erguida cuanto pudo, me miró de arriba abajo y viceversa; supongo me evaluó, anotó en su “libreta” para luego cerciorarse “quién es ese bicho raro”.
Después de aquel ritual, respondió, ahora no creo se haya dirigido a mí:
“Busco leche descremada; la que consumimos en casa, mi esposo, yo y nuestros niños. Completa nos engorda y hace daño”.
Como es habitual en cumaneses, por liso o metido, pese a que al parecer nada quería conmigo, me atreví a comentarle:
“Bueno señora, hay descremada marca Los Andes”,
De nuevo me miró como quien viese un ser extraño y expresó con evidente enfado:
“Mire señor, la leche que ha mencionado, si no lo sabe, es chavista y ya por eso es mala. Aunque sea descremada, a mi y los míos, si se nos ocurriese tomarla, nos haría daño. Esa de Chávez, para nosotros, no sé para usted, le repito, es mala”,
“Entonces lleve la otra, pero le recuerdo que es completa”, le recomendé “ladilloso”, pero con ánimo de cordializar.
Esta vez, sin mirarme, dijo como para sus adentros:
“Esa leche no la conozco y es completa; no obstante, todavía así pienso llevarla. Pero antes voy a revisarla bien, no vaya ser que también sea bolivariana”.
¡Tanta sensatez me desarmó!

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