viernes, julio 09, 2010

OPOSICION, JORGE VALLS

JORGE VALLS ARANGO: Oposición
By JORGE VALLS ARANGO
Creo que ha llegado el momento de plantear, específicamente al gobierno de Cuba, la necesidad de la oposición, con su espacio y el sistema de reglas de juego que la sitúen como opción disponible a la población adulta para su responsabilización con el quehacer colectivo. Hace cincuenta y ocho años que , de hecho, lo que ocurre es la apropiación por una parte de un llamado ``derecho a gobernar'', y la exclusión de la porción restante de todo lo que ese oficio puede implicar.

Si es comprensible la adopción de una persona individual para que ejerza de cabeza determinante de la colectiva, la aislación de aquélla como única posibilidad asequible, de donde ha de esperarse toda definición o determinación, es, en principio, la aniquilación de la capacidad pensante y decidente de todos los hombres y la reducción del curso existencial a un monólogo conductor del que nunca se puede probar si es acertado o errado. Es el cuento del cojo que guía al ciego. Como aventura, resulta muy atractiva, pero implica el riesgo de la imposible rectificación y, más grave aún, la pérdida de la conciencia de un horizonte significativo y diferenciado.

Por eso tal vez ocurran las largas dictaduras unipersonales y la enajenación informe de la anarquía. Se pierde el sentido de que la razón --condición esencial inseparable del ser humano-- es siempre dialéctica. Es una conversación. Cuando esto lo llevamos a la gobernación de un pueblo, asistimos a la magnitud de las autocracias brillantísimas y a la idiotización colectiva de su decadencia o de las individualidades menos brillantes. La combinación de fórmulas ha de combinar, en una misma estructura correlacional, esas polarizaciones distintas: la necesidad de la autoridad concentrada, duradera y eficiente, y la pluralidad de opciones discursivas dentro de un marco organizado de debate y solución por acuerdo. He aquí donde la civilización política ha alcanzado sus periodos más duraderos y eficientes de colaboración colectiva. En Cuba, por mil causas que no vamos a tratar, caímos en el conflicto de partes, donde la existencia de una reclamaba la absoluta aniquilación de la otra. La guerra --y la civil más-- es una disyuntiva sin otra alternativa que la muerte. Se peleó: unos vencieron, otros perdieron. No hay término medio ni neutrales. Pero unos murieron y otros no, de cualquiera de los bandos.

El vencedor se tomó su derecho de vida y hacienda sobre el vencido, y el vencido vivió el despojo, la persecución, el acoso, la servidumbre o la muerte. No obstante, de ambos bandos, los actores o sus hijos, en un lugar u otro, siguieron existiendo. Si fácil es matar a un hombre, difícil es acabar con un pueblo, más aún con las partes definidas del mismo. Pero los hombres, como las reses, quedan marcados por el rebaño en que hubieron de hallarse.

La voluntad y la inteligencia definieron y propulsaron la guerra: la necesidad de aniquilación. Aquéllas mismas son las que han de concebir, propiciar y celebrar la paz. Esta no es un olvido de lo que fuimos sino un proyecto de lo que hemos de ser, en función con lo esencial de aquello que un día nos obligó a decidir.

Lo que se identifica como no-gobierno o como adverso al mismo entre los cubanos, tiene una gama amplísima de connotaciones que recorren el espectro de nuestras pasiones de todos los tiempos. Dado que no tiene espacio ni es concebible como posibilidad real en la coyuntura del tiempo, incluye desde las más aberrantes negaciones de nosotros mismos hasta las más delirantes especulaciones. Lo cierto es que todo coincide con el ser o no-ser del hombre, del cubano, del que tiene que decidir y obrar entre cielo y tierra, entre sus dos mundos: el más estrecho y el más amplio.

a siendo tiempo --porque este que aún tenemos se nos agota vertiginosamente-- de que el gobierno cubano busque, tantee y llame a los que, en alguna parte, son su no-gobierno o antigobierno para proponer un proyecto de colaboración colectiva, que verdaderamente interpretaran no los que aún estamos vivos sino los que habrán de venir de un nosotros que abarca hoy, querámoslo o no tanto a unos como a otros, los de allá o los de acá.

Y esto no debe esperar por lo que cada quien repite: ``cuando se muera el César''. Sería estúpido estar como buitres, como si lo que buscáramos fuera carroña.

Necesitamos definir y constituir qué es oposición ante lo que es gobierno, y concebir el necesario tránsito con el tiempo del uno sobre el otro.

No se trata de conversar con el exilio (o con la ``comunidad en el exterior'') sino dentro del país: de figurar el espacio funcional de una convivencia responsable de distintos.

Nada obliga, ni urge. Se trata de un razonamiento necesario. Los hombres podemos ser razonables o no. En fin de cuentas, cargaremos siempre con las consecuencias.

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