sábado, abril 10, 2010

MARCELO SALADO

EN EL ANIVERSARIO 52 DE LA HUELGA DEL 9 DE ABRIL

Recordando a Marcelo Salado

Maestro de combatientes clandestinos

Por: PEDRO A. GARCÍA (cultura@bohemia.co.cu)

(21 de marzo de 2008)

La Habana, 9 de abril de 1958. Alrededor de las nueve de la mañana, tras haber repartido armas entre varios grupos de combatientes, Marcelo Salado, dirigente del Movimiento 26 de Julio en la capital, abandonó la casa de Continental #171, en el reparto Sevillano, y se dirigió hacia el edificio Chibás (25 y G, Vedado), adonde ya estaba ubicado el Estado Mayor.

Dos horas después, varias radioemisoras capitalinas trasmitieron simultáneamente el llamado al combate, en voz de Wilfredo Rodríguez, responsable del Movimiento en el sector radial: Atención, cubanos. Atención. Es el 26 de Julio llamando a la huelga general revolucionaria. Desde este momento, comienza en toda Cuba la lucha final que solo terminará con el derrocamiento de la dictadura.

A partir de entonces, jóvenes cubanos se lanzaron a las calles, combatieron y murieron en todo el país. Sagua la Grande cayó en poder de los revolucionarios. En Matanzas se tomó una estación de radio. Hubo importantes acciones en Santa Clara, Ciego de Ávila y Camagüey. Santiago de Cuba, una vez más, donó la sangre generosa de 16 de sus hijos.

En la capital, los revolucionarios tuvieron un dominio casi absoluto de Guanabacoa por varias horas. Un comando asaltó la armería de La Habana Vieja, se volaron varios registros de electricidad, se realizaron notables acciones en el Cotorro. Pero al mediodía, la huelga comenzó a retroceder. Por malas coordinaciones, hubo grupos acuartelados que nunca recibieron armas. Otros comandos, mal armados, fueron masacrados por la policía batistiana o pudieron regresar a sus refugios. Incluso, el paro en el sector del transporte urbano no fue total y algunas terminales no secundaron la huelga.


Voladuras de registros eléctricos, asalto a estaciones de radio, acciones diversas, incluso una ciudad, Sagua la Grande, fue prácticamente tomada por los revolucionarios

"Marcelo parecía una fiera enjaulada", recuerda hoy su hermano Pedro Julio, quien en aquel día estaba a las órdenes del Estado Mayor en el apartamento del edificio Chibás. "No hacía otra cosa que dar vueltas por el apartamento, presa de una gran ansiedad. No podía permanecer tranquilo mientras los compañeros peleaban y morían en otros frentes. Oscar Lucero (también dirigente del Movimiento) le pidió que esperara un poco para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos."

Lucero solo pudo tranquilizarlo poco tiempo. Marcelo decidió ir a ver a los compañeros del Frente Obrero Nacional (FON), acuartelados cerca de allí, a solo dos cuadras, para que le explicaran qué había sucedido en el sector del Transporte. "Si vas a salir, no debes hacerlo solo", dijo Lucero y le ordenó a una combatiente, Ramona Barber, acompañarlo.

Ella y Marcelo cruzaron G en línea recta. Mientras transitaban por la pista del garaje que hace esquina, fueron reconocidos por agentes al servicio del tenebroso Esteban Ventura, quienes iban en dos máquinas por la calle 25. Cuando los sicarios detuvieron sus autos, Marcelo le ordenó a Ramona seguir caminando. Uno de los trabajadores del garaje la empujó detrás de un carro para que otros empleados lograran ocultarla en medio de la confusión, pues ya los sicarios accionaban sus ametralladoras. Allí, delante de todos, acribillaron al joven revolucionario.

Dicen que, después de arrojarlo en el maletero de uno de sus autos, le dieron el tiro de gracia.

El niño pescador

Marcelo Salado Lastra nació en Caibarién el 21 de mayo de 1927. "Éramos cinco hermanos", afirma Pedro Julio. "Yo, el más pequeño, asmático, esto quizás hizo que Marcelo sintiera un cariño especial hacia mí (...) Me llevaba a la playa para que realizara ejercicios respiratorios. Mamá siempre ponía reparos pero él la convencía de la necesidad de que me ejercitara y lo saludable que eran los baños de mar para mi enfermedad.


El niño pescador
"Marcelo amaba el mar. Siempre que tenía la oportunidad, buscaba su cercanía. Cuando pequeños, íbamos a pescar al muelle. Para garantizar la carnada, salíamos a la búsqueda de cangrejos. Él tenía una destreza notable y un valor poco común para cazar a esos animales, no importara la posición defensiva que estos adoptaran, siempre caía sobre ellos con mano firme y los capturaba."

Cuentan los viejos pescadores de Caibarién que, para la pesca submarina, Marcelo tuvo que hacerse su propia escopeta. Con una caña brava y gomas tubulares de las que usan en los hospitales. "Al arpón o varilla —explica Pedro Julio—, le adaptó una lengüeta movible que se plegaba cuando salía en dirección a la presa y se abría, una vez atravesado el pez. Lo halaba con un cordel que llevaba amarrado en el extremo opuesto a la punta.

"También se confeccionó la careta, con una goma roja de cierta dureza, dos remaches de bronce, goma para pegar zapatos y un cristal ovalado. De esta manera se inició en la caza submarina quien llegó a ser, años después, campeón nacional en ese deporte", evocó Pedro Julio.

El profesor de Educación Física

Marcelo terminó la primaria superior (octavo grado) en su natal Caibarién y matriculó en el Instituto de Segunda Enseñanza de Remedios. Desilusionado ante el pandillerismo imperante y la corrupción de parte del profesorado, solo aprobó dos años de bachillerato y comenzó a trabajar. Pero no dejó los estudios, hizo cursos emergentes para profesor de Educación Física en su provincia, Santiago de Cuba y La Habana, y adquirió los créditos suficientes para obtener el título que entonces expedía el Ministerio de Educación.


El profesor de Educación Física
En el colegio La Progresiva lo aceptaron en el doble rol de maestro y alumno de bachillerato. Ganó por oposición una plaza de maestro en Remedios y terminó el bachillerato. Matriculó, sin abandonar el magisterio, la carrera de Pedagogía en la Universidad Central de Las Villas.

A raíz del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, al oír a dos maestras amigas suyas comentar la actualidad política, Marcelo afirmó: "Pues yo me pienso ir para La Habana a hacer la Revolución, porque a Batista lo tumbamos o él nos mata a todos nosotros". "Ay, Marcelito —dijo una de ellas—, tú tienes tu porvenir aquí, ¿qué te interesa la política?". "¡Cómo no me va a interesar! La Patria está antes que todo. De seguro me iré para La Habana".

El combatiente

Como muchos jóvenes de su tiempo, Marcelo militó en varios grupos insurreccionales. Por la indiscreción del jefe de uno de esos grupos, cayó preso en mayo de 1956. En la cárcel contactó con militantes del Movimiento 26 de Julio e ingresó a esta organización. El colega Ernesto Vera, destacado combatiente clandestino, conoció a Marcelo a finales de 1956. "Visto desde algunos metros de distancia —asevera—, daba la impresión de ser un joven indolente, de esos que dedican todo su tiempo a hermosear su cuerpo mediante el ejercicio para mostrar su figura a las mujeres. Cuando nos encontrábamos con su mirada, el concepto cambiaba. Si decía algunas palabras, ya no teníamos dudas de que su mente era tan fuerte como sus bíceps.


Campeón nacional de caza submarina, 1956
"Aquel grandote era pausado al hablar, de una pausa lograda por la autodisciplina. Era como si, consciente de su agitada vida interior, de su pasión por la justicia, se hubiera disciplinado para que la mente no se dejase vencer por el corazón totalmente. Lo lograba al punto de parecer un hombre frío.

"Doblando y contando periódicos clandestinos comenzó su trabajo revolucionario en La Habana. Por aquellos días, cada uno conocía a todos los demás, la mayoría no usaba seudónimos, las medidas de seguridad prácticamente no existían. Marcelo aprovechaba cada oportunidad para señalarlo y sugerir un trabajo más cuidadoso."

En mayo de 1957 Marcelo volvió a ser detenido. Según Ernesto Vera, muchos de quienes compartieron la cárcel con él en aquellos días, les deben la vida a sus enseñanzas sobre el clandestinaje, a los métodos que enseñó para burlar la acción represiva del régimen.

Hasta después de muerto

Los sicarios de Ventura tuvieron secuestrado el cadáver de Marcelo más allá de las 24 horas de su deceso. Solo avanzada la noche del 10 de abril se lo entregaron a sus familiares. Al amanecer, un capitán de la policía se presentó en la funeraria con una fuerte escolta. "El entierro es hoy a las doce del día", dijo. "Pero así no podrán venir los familiares del interior", protestaron los familiares. "Las órdenes hay que cumplirlas como se dan y no quiero dramas", ladró el esbirro.

Al mediodía, regresó el sicario. "Las doce, arriba". Y los propios uniformados, ahora con más pavor que prepotencia, cargaron el féretro y lo sacaron de la funeraria. Un anciano, amigo de la familia, vestido de dril cien y sombrero de jipijapa, dio un bastonazo en el suelo y encaró al esbirro: "Carajo, hasta después de muerto le tienen miedo".

No hay comentarios.: