viernes, diciembre 04, 2009

CUATRO FRASES QUE HACEN CRECER LA NARIZ DE PINICHO

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PUBLICADO POR : Hector García Soto
Enviado: jue,3 diciembre, 2009 12:43
Asunto: Cuatro frases que hacen crecer la nariz de Pinocho



**Cuatro frases que hacen crecer la nariz de Pinocho**

**Eduardo Galeano**

1 Somos todos culpables de la ruina del planeta.

La salud del mundo está hecha un asco. 'Somos todos responsables',
claman las voces de la alarma universal, y la generalización
absuelve: si somos todos responsables, nadie lo es. Como conejos se
reproducen los nuevos tecnócratas del medio ambiente. Es la tasa de
natalidad más alta del mundo: los expertos generan expertos y más
expertos que se ocupan de envolver el tema en el papel celofán de la
ambigüedad. Ellos fabrican el brumoso lenguaje de las exhortaciones
al 'sacrificio de todos' en las declaraciones de los gobiernos y en
los solemnes acuerdos internacionales que nadie cumple. Estas
cataratas de palabras -inundación que amenaza convertirse en una
catástrofe ecológica comparable al agujero del ozono- no se
desencadenan gratuitamente. El lenguaje oficial ahoga la realidad para
otorgar impunidad a la sociedad de consumo, a quienes la imponen por
modelo en nombre del desarrollo y a las grandes empresas que le sacan
el jugo. Pero las estadísticas confiesan. Los datos ocultos bajo el
palabrerío revelan que el 20 por ciento de la humanidad comete el 80
por ciento de las agresiones contra la naturaleza, crimen que los
asesinos llaman suicidio y es la humanidad entera quien paga las
consecuencias de la degradación de la tierra, la intoxicación del
aire, el envenenamiento del agua, el enloquecimiento del clima y la
dilapidación de los recursos naturales no renovables. La señora
Harlem Bruntland, quien encabeza el gobierno de Noruega, comprobó
recientemente que si los 7 mil millones de pobladores del planeta
consumieran lo mismo que los países desarrollados de Occidente,
"harían falta 10 planetas como el nuestro para satisfacer todas sus
necesidades". Una experiencia imposible. Pero los gobernantes de los
países del Sur que prometen el ingreso al Primer Mundo, mágico
pasaporte que nos hará a todos ricos y felices, no sólo deberían
ser procesados por estafa. No sólo nos están tomando el pelo, no:
además, esos gobernantes están cometiendo el delito de apología del
crimen. Porque este sistema de vida que se ofrece como paraíso,
fundado en la explotación del prójimo y en la aniquilación de la
naturaleza, es el que nos está enfermando el cuerpo, nos está
envenenando el alma y nos está dejando sin mundo.

2 Es verde lo que se pinta de verde.

Ahora, los gigantes de la industria química hacen su publicidad en
color verde, y el Banco Mundial lava su imagen repitiendo la palabra
ecología en cada página de sus informes y tiñendo de verde sus
préstamos. "En las condiciones de nuestros préstamos hay normas
ambientales estrictas", aclara el presidente de la suprema banquería
del mundo. Somos todos ecologistas, hasta que alguna medida concreta
limita la libertad de contaminación. Cuando se aprobó en el
Parlamento del Uruguay una tímida ley de defensa del medio ambiente,
las empresas que echan veneno al aire y pudren las aguas se sacaron
súbitamente la recién comprada careta verde y gritaron su verdad en
términos que podrían ser resumidos así: "los defensores de la
naturaleza son abogados de la pobreza, dedicados a sabotear el
desarrollo económico y a espantar la inversión extranjera". El Banco
Mundial, en cambio, es el principal promotor de la riqueza, el
desarrollo y la inversión extranjera. Quizás por reunir tantas
virtudes, el Banco manejará, junto a la ONU, el recién creado Fondo
para el Medio Ambiente Mundial. Este impuesto a la mala conciencia
dispondrá de poco dinero, 100 veces menos de lo que habían pedido
los ecologistas, para financiar proyectos que no destruyan la
naturaleza. Intención irreprochable, conclusión inevitable: si esos
proyectos requieren un fondo especial, el Banco Mundial está
admitiendo, de hecho, que todos sus demás proyectos hacen un flaco
favor al medio ambiente. El Banco se llama Mundial, como el Fondo
Monetario se llama Internacional, pero estos hermanos gemelos viven,
cobran y deciden en Washington. Quien paga, manda, y la numerosa
tecnocracia jamás escupe el plato donde come. Siendo, como es, el
principal acreedor del llamado Tercer Mundo, el Banco Mundial gobierna
a nuestros países cautivos que por servicio de deuda pagan a sus
acreedores externos 250 mil dólares por minuto, y les impone su
política económica en función del dinero que concede o promete. La
divinización del mercado, que compra cada vez menos y paga cada vez
peor, permite atiborrar de mágicas chucherías a las grandes ciudades
del sur del mundo, drogadas por la religión del consumo, mientras los
campos se agotan, se pudren las aguas que los alimentan y una costra
seca cubre los desiertos que antes fueron bosques.

3 Entre el capital y el trabajo, la ecología es neutral.

Se podrá decir cualquier cosa de Al Capone, pero él era un
caballero: el bueno de Al siempre enviaba flores a los velorios de sus
víctimas... Las empresas gigantes de la industria química, petrolera
y automovilística pagaron buena parte de los gastos de la Eco 92. La
conferencia internacional que en Río de Janeiro se ocupó de la
agonía del planeta. Y esa conferencia, llamada Cumbre de la Tierra,
no condenó a las transnacionales que producen contaminación y viven
de ella, y ni siquiera pronunció una palabra contra la ilimitada
libertad de comercio que hace posible la venta de veneno. En el gran
baile de máscaras del fin de milenio, hasta la industria química se
viste de verde. La angustia ecológica perturba el sueño de los
mayores laboratorios del mundo, que para ayudar a la naturaleza están
inventando nuevos cultivos biotecnológicos. Pero estos desvelos
científicos no se proponen encontrar plantas más resistentes a las
plagas sin ayuda química, sino que buscan nuevas plantas capaces de
resistir los plaguicidas y herbicidas que esos mismos laboratorios
producen. De las 10 empresas productoras de semillas más grandes del
mundo, seis fabrican pesticidas (Sandoz, Ciba- Geigy, Dekalb, Pfiezer,
Upjohn, Shell, ICI). La industria química no tiene tendencias
masoquistas. La recuperación del planeta o lo que nos quede de él
implica la denuncia de la impunidad del dinero y la libertad humana.
La ecología neutral, que más bien se parece a la jardinería, se
hace cómplice de la injusticia de un mundo donde la comida sana, el
agua limpia, el aire puro y el silencio no son derechos de todos sino
privilegios de los pocos que pueden pagarlos. Chico Mendes, obrero del
caucho, cayó asesinado a fines del 1988, en la Amazonía brasileña,
por creer lo que creía: que la militancia ecológica no puede
divorciarse de la lucha social. Chico creía que la floresta
amazónica no será salvada mientras no se haga la reforma agraria en
Brasil. Cinco años después del crimen, los obispos brasileños
denunciaron que más de 100 trabajadores rurales mueren asesinados
cada año en la lucha por la tierra, y calcularon que cuatro millones
de campesinos sin trabajo van a las ciudades desde las plantaciones
del interior.Adaptando las cifras de cada país, la declaración de
los obispos retrata a toda América Latina. Las grandes ciudades
latinoamericanas, hinchadas a reventar por la incesante invasión de
exiliados del campo, son una catástrofe ecológica: una catástrofe
que no se puede entender ni cambiar dentro de los límites de la
ecología, sorda ante el clamor social y ciega ante el compromiso
político.

4 La naturaleza está fuera de nosotros.

En sus 10 mandamientos, Dios olvidó mencionar a la naturaleza. Entre
las órdenes que nos envió desde el monte Sinaí, el Señor hubiera
podido agregar, pongamos por caso: "Honrarás a la naturaleza de la
que formas parte". Pero no se le ocurrió. Hace cinco siglos, cuando
América fue apresada por el mercado mundial, la civilización
invasora confundió a la ecología con la idolatría. La comunión con
la naturaleza era pecado. Y merecía castigo. Según las crónicas de
la Conquista., los indios nómadas que usaban cortezas para vestirse
jamás desollaban el tronco entero, para no aniquilar el árbol, y los
indios sedentarios plantaban cultivos diversos y con períodos de
descanso, para no cansar a la tierra. La civilización que venía a
imponer los devastadores monocultivos de exportación no podía
entender a las culturas integradas a la naturaleza, y las confundió
con la vocación demoniaca o la ignorancia. Para la civilización que
dice ser occidental y cristiana, la naturaleza era una bestia feroz
que había que domar y castigar para que funcionara como una máquina,
puesta a nuestro servicio desde siempre y para siempre. La naturaleza,
que era eterna, nos debía esclavitud. Muy recientemente nos hemos
enterado de que la naturaleza se cansa, como nosotros, sus hijos, y
hemos sabido que, como nosotros, puede morir asesinada. Ya no se habla
de someter a la naturaleza, ahora hasta sus verdugos dicen que hay que
protegerla. Pero en uno u otro caso, naturaleza sometida y naturaleza
protegida, ella está fuera de nosotros. La civilización que confunde
a los relojes con el tiempo, al crecimiento con el desarrollo y a lo
grandote con la grandeza, también confunde a la naturaleza con el
paisaje, mientras el mundo, laberinto sin centro, se dedica a romper
su propio cielo.

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