domingo, septiembre 06, 2009

PASANDO EL RATÓN DEL GOLPE*

PASANDO EL RATÓN DEL GOLPE*

Golpe escuálido en cabeza paranoica

ELIGIO DAMAS

“¡Coño, por fin!, ahora si es verdad que a ese cochino, burro o diablo empantanado le llegó su sábado”.
De esa manera, no sin sorpresa para quienes cerca de ella estábamos, habló Perfidia, una conocida escuálida, de las tantas de la urbanización, mientras miraba, con asombro, la pantalla de su blackberry.
Como de costumbre, en el abasto del portugués hacíamos algunas compras, circunstancia que usualmente ella y su esposo, con la complacencia de la mayoría que allí acude, aprovechan para manifestar su acendrado odio y desprecio contra Chávez. Porque en verdad, es sólo eso. No es oposición política, pues esto requiere otro tipo de conducta, procedimiento y algo de racionalidad. Es decir cierta dosis de inteligencia.
Después de descargarse con aquella gritería, sin dejar de mirar su teléfono, leyó a pulmón pleno el mensaje que acabada de recibir:
“Activación de redes. Golpe contra Chávez en marcha para viernes o sábado. Avisa a contactos. Que llegue bien arriba”.
Se volvió de inmediato hacia el carnicero y ordenó con aspereza:
“Pésame todos los lomitos, los ocho que allí tienes y dame el doble de carne, pollo y cuanta cosa te he pedido”.
Miró hacia donde estaba su esposo, quien también leía en la pantalla de su móvil, igual al de su mujer, un mensaje idéntico al que ya ella había leído y le ordenó, del mismo modo que lo hizo con el trabajador del abasto:
“Mete el doble de lo que ya allí llevamos”.
El aludido miró el carro de mercado, tan lleno de cosas que ya se desbordaba y asintió con un movimiento de cabeza, al mismo tiempo que giró ciento ochenta grados para volver al punto de partida y reiniciar su recorrido. Pero antes le expresó, sin discreción alguna:
“Mi blackberry también recibió un mensaje anunciándome el golpe” y agregó “no hay marcha atrás”.
Éste, mientras volvía sobre sus pisadas, pensó:
“Menos mal que la camioneta 4x4 que acabamos de comprar de agencia, tiene capacidad para meter todo lo que de aquí llevemos”.
Perfidia, mientras tanto, con odio, comenzó a hablar en apariencia consigo misma, sólo que no se cuidó de hacerlo a voz en cuello:
“Ojalá, esta vez, nos resulten los planes y tumbemos a ese muérgano que nos tiene en la mala, pisoteados y nos niega el derecho a pensar y, lo que es más, a expresar a viva voz lo que pensamos”.
Volvió a mirar la pantalla del teléfono y continuó su discurso:
“Si, mañana viernes y el sábado, caminaremos sin cesar, hasta donde nos dé la gana”. “No habrá valla u obstáculo policial que nos detenga, pues no caminamos por perder lo que a diario nos comemos en casa, que es bastante, sino por salir de ese carajo”.
“Por la libertad y el bienestar que hemos perdido, bien vale la pena hacer cualquier sacrificio”.
Al final de esta perorata, el esposo de Perfidia, había regresado de cumplir la orden recibida y esta vez llevada dos carros repletos.
Escuchó las últimas palabras pronunciadas por su mujer y alcanzó a decirle:
“Ahora si es verdad. Este es un golpe de cuarta generación. Tanto que todo el mundo lo sabe y a nadie agarrará desprevenido. En cuanto a los chavistas, ya saben qué hacer, guerra avisada no mata soldados”.
“Vamos, mi amor”, volvió a hablar Perfidia, mientras su esposo agarraba la casi descomunal bolsa que le entregaba el carnicero, “a celebrar por adelantado la caída del mono”.
“Si cariño, vayamos a celebrar que nos salvamos de una Ley de Educación que nos quitaría todo”, respondió el marido..
Hoy domingo, después haber caminado viernes y sábado, de arriba para abajo, portando un cartelón que decía “Te llegó la hora”, habiendo desgastado dos pares de zapatos de marca, volvió Perfidia al abasto; sabía que el portugués, desde los días del golpe y la huelga petrolera, había optado por vender a escondidas aspirinas y hasta algunos antidepresivos. Esta vez, muy callada, como humilde parecía; y así, se acercó al mismo dueño del negocio y en voz baja, mientras discretamente acariciaba el blacberry que portaba en un bolsillo de la bata que vestía, le pidió sendas cajas de pastillas.
¿Por qué - piensa uno- tan bien comidos, vestidos, calzados como para caminar bastante, sólo por tumbar a Chávez, insistentemente meten la pata en el mismo hueco? ¿Por qué no aprenden?


*RESACA

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