viernes, marzo 27, 2009

POR AÑORAR EL PAQUETAZO, PASARÉ LA VIDA LLORANDO

Desde Venezuela


POR AÑORAR EL PAQUETAZO, PASARÉ LA VIDA LLORANDO


El presidente de Fedecàmaras, esperaba el milagro de San Escuálido.


ELIGIO DAMAS
Blog de Eligio Damas

El presidente de Fedecàmaras, José Manuel González, frente a los periodistas, lloraba a lágrima viva. Llegó al sitio donde estos le esperaban, arrastrando un paquete con la forma de ataúd y hasta forrado de negro. Desde que apareció en la puerta del local donde le esperaban, comenzó a llorar a voz en cuello y recitar un sermón.
Un fablistàn amigo, creyó escucharle, como si hablase con el “paquete”, decir algo parecido a aquel lamento habitual entre dolientes en algunos velorios:
¿Por qué nos abandonaste? ¿Por qué no resucitaste como Lázaro y regresaste a nosotros? ¿Por qué, si decidiste quedarte entre los muertos, causándonos tanto dolor, no nos llevas contigo?
Luego, antes que el muerto se lo llevase, levantó el paquete y le asió como una guitarra; hizo cual si estuviese pulsando unas cuerdas inexistentes y comenzó a cantar al estilo “Los Panchos”:
“Sin ti,
no podré vivir
jamás
y pensar que nunca mas
estarás junto a mi”.
Miró de lejos a los periodistas que le observaban extrañados. Se hizo el desentendido, lloriqueó con más intensidad y volvió a cantar:
“Sin ti,
que me puede ya importar,
si lo que me hace llorar
está lejos de aquí”.
Asesorado por los sabios economistas que siempre hacen anuncios agoreros en la televisión que nunca pegan, no sólo estaba convencido de la fatalidad de la aplicación del paquete de CAP, aquel como purgante de aceite de ricino, sino que Chávez había llegado al llegadero. Estaba atrapado entre primera y segunda Era bueno que lo anunciase, todavía piensa así, porque es la única forma de poner las cosas económicas a favor de la gente de Fedecàmaras, volver a lo de antes, sino que de paso sería el pueblo quien pagase los platos rotos y todo el vainero que vendría, como cuando CAP hizo el intento. Pero ahora sería el de Sabaneta quien saldría con las tablas en la cabeza. Creyó llegado el momento del milagro de San Escuálido, para que Chávez saltase la talanquera.
Además, ya todo estaba montado para iniciar acciones que prendiesen un ataperros y otras cosas, porque las guarimbas y las manitas blancas ya no sirven para mucho.
Pero los hechos no se dieron tal como esperaba él, sus asesores y copartidarios. Por eso no paraba de llorar desde el sábado al mediodía; y todavía, el lunes en la mañana, frente a los periodistas que ansiaban por tomar notas acerca de su reacción, continuaba llorando a gritos, lagrimeando y moqueando a raudales. El despecho era tal, que antes de salir, escuchó un disco de “Los Panchos”, se metió unos palos discretamente y se grabó aquella canción que llevaba cantando cierto tiempo.
“Sin ti,
que me puede ya importar”
Al llegar justo donde le esperaban los fablistanes calló y dejó caer suavemente al suelo el pequeño paquete. Sacó con prudencia un pañuelo, se secó lágrimas, mocos y sin que le preguntasen nada comenzó a hablar mientras gimoteaba.
“Más que antes, me la pasaré llorando, porque las medidas de Chávez son insuficientes; en nada satisfacen nuestras expectativas”.
¿Cómo no voy a llorar si el gobierno anunció un endeudamiento interno, sin pedirnos permiso en vez, como se hacía antes, de acudir al FMI y BID, instituciones que le hubiesen prestado y dado, a cambio de los “convenientes” intereses a pagar, la fórmula adecuada para salir de la crisis?
Además, preguntó a los periodistas, como si estos le estuviesen preguntando por el motivo de su duelo, ”¿ No es para llorar que en lugar de elevar el IVA en 3%, pudo hacerlo más alto, con el apoyo nuestro, siempre que nos hubiese dado algo a cambio?” Eso hubiese sido bueno, porque muchos de nosotros nos cogemos gran parte de ese impuesto y así más nos hubiese entrado”.
Nunca olvidó que, en última instancia, no son ellos sino el pueblo consumidor, quien paga el impuesto mencionado y que, por pura hipocresía, causa tanto llantén en la gente de Fedecàmaras.
“Uno esperaba que aumentase la gasolina para equilibrar las cuentas y que lo hiciese tanto para provocar un estallido como cuando CAP. Pero no lo hizo el muy ladino. ¿No voy a llorar? Yo que soñé con eso y con mis copartidarios celebramos por adelantado”.
“¡Y el dólar! Al bendito dólar lo dejó como estaba. A todas las almas del purgatorio, nuestros brillantes economistas rogaron y hasta pusieron velas, para que lo devaluase. Así, no solamente se dispararía el costo de la vida; sino quienes compramos la moneda extranjera, desde hace días atrás, a seis bolívares en el mercado paralelo, inflado por los vaticinios nuestros, al llegar a diez haríamos el gran negocio. Ahora, no sabemos que hacer con ellos. Por allí ya tenemos un realero perdido y la aplastante mayoría sigue de paños y manteles con Chávez”.
“Pero no nos queda otra que jugarnos a Rosalinda a ver si santa Bárbara se conduele de nosotros”.
Mientras pronunció ese largo discurso, letanía de lamentos, no dejaba de lloriquear y secar lágrimas y mocos. Algunos periodistas tuvieron que cederles sus pañuelos para que a ellos no los empapase.
Justamente, hizo un paréntesis, se enjugó lágrimas, sudores y mucosidad, con un fino pañuelo que le cedió la reportera de Globovisiòn y continuó con su llanto. Esta vez dijo algo que dejó a todos sorprendidos:
“Vamos a proponer a nuestros afiliados que den a sus trabajadores un aumento superior al que ha propuesto el presidente. Y lo hacemos porque nos duele el estado en que viven. Debemos compartir con ellos nuestras riquezas”.
¡Milagros de Chávez!, gritó de repente una joven periodista. ¿Acaso comienza usted a hacerse socialista?, preguntó la misma reportera.
De repente, prevenido por el comentario y la pregunta anteriores, volvió a llorar con la misma fuerza que lo hizo al llegar al sitio de la cita y dijo quedamente:
“A esto último que dije, no le paren, son sólo vainas para conversar, un desahogo, manera de vengarme verbalmente, más bien no votamos trabajadores en masa, en venganza, porque ese carajo, hasta eso nos tiene prohibido”.
Para finalizar y a manera de despedida, recogió el paquete y manoseándole canto, con lloriqueante y atiplada voz:
“Sin ti,
que me puede ya importar”.

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