martes, marzo 17, 2009

LA CLASE OBRERA Y LA GALLINA HUEVOS DE ORO

Desde Venezuela



LA CLASE OBRERA Y LA GALLINA HUEVOS DE ORO



ELIGIO DAMAS



El gallinero, siempre amanecía brillante. Luces doradas, por el reflejo de los rayos solares que se colaban por techo y paredes, alumbraban el ambiente. Centenares de huevos de oro rebotaban aquella aurea luz y brindaban su riqueza. Las gallinas puestas allí por Dios, para el beneficio de todos aquellos que habitaban alrededor del gallinero, sin descanso ni remilgos, se afanaban en cumplir con el divino designio.
Las gallinas y el gallinero todo, debían recibir los cuidados necesarios. Los huevos día a día se retiraban del gallinero para enviarlos por distintos medios a compradores y usuarios. El trabajo en el gallinero era intenso y amplio. Incontables trabajadores, de distintas especialidades, cumplían labores delicadas e indispensables para que el proceso nunca se detuviese. Era una cadena y, como tal, sus eslabones eran igualmente importantes y nunca debían fallar.
Pese a que el gallinero era de todos aquellos que allí habitaban, no era posible que en él trabajase todo el pueblo. No era necesario ni conveniente. Fue como un acuerdo o “un contrato social”, mediante el cual se convino que unos trabajasen en el gallinero y otros en cuánto y dónde fuese necesario. Es decir, se impuso aquello que conocedores y habladores intrincados llaman la división del trabajo.
Quien tuvo habilidades para ello, se dedicó a la zapatería, confección de vestidos, producción y elaboración de alimentos, construir caminos y viviendas, enseñar a los muchachos, cuidar por la salud de todos y hasta parir y cuidar la descendencia, o lo que es lo mismo, a lo que conlleva la existencia y convivencia humana. En gran número, mujeres parieron, criaron y estuvieron en la producción para alimentar a sus muchachos. Si cada quien hubiese reclamado derecho a trabajar en el gallinero y se le hubiese concedido, aquello se hubiese vuelto un estercolero de gallina.
El gallinero, por el valor intrínseco y de mercado de su producto, generaba una renta considerable o mejor cuantiosa. Tanto que era apetecida por naciones y gobiernos más grandes y lejanos que no cesaban de inventar patrañas, como la de comprar gerentes, para hacerse fácilmente y a “precios de gallina picatierra”, de aquella bendición del cielo.
Hubo una vez, cuando al gallinero, como río a la vega, entraban personajes, agentes extraños y sin disimulo sacaban los huevos y se los llevaban por arrume. Quienes hacían las veces de altos gerentes, los meritócratas, no sólo les dejaban hacer sino que también sus busacas llenas se llevaban y además, las pocas ganancias se las repartían.
Esos huevitos para ti, aquellos huevotes para mi y las migajas para los “guebones”. Estos eran quienes al gallinero, en los distintos niveles, le hacían funcionar y producir. A la mayoría casi aplastante dueña del gallinero, poco le llegaba por el pago de impuestos y más de las veces nada. De las ganancias nunca supo y hasta casi llegaron a convencerle que nada le correspondía. Pero al partido le quedaba una enorme tajada. En el pueblo donde viven los dueños, se acumularon los problemas y se multiplicó la miseria.
Al frente del pueblo todo, un buen día, cuando del gallinero éste poco sabía, nada le informaban y todo le quitaban los del contubernio entre fuereños y nativos con el fuereño en la cabeza, se puso un mozo dispuesto a que el producto del criadero, o mejor de sus ganancias que debían ser las mayores posibles, se repartiesen equitativamente entre la gente. Nada para los de fuera y sus agentes nativos, ni para nadie que no fuese de una relación equitativa, cristalinamente convenida y con ventajas para los legítimos y verdaderos dueños de las gallinas y las áureas posturas.
No tardaron en surgir los conflictos. Los obreros del gallinero, empezaron a denunciar que los nuevos gerentes de plumaje rojo, continúan como los de antes recibiendo grandes beneficios, pero no aportan prueba alguna y acusan sin destino. Uno no sabe. Pero el mozo que ahora comanda el caserío, denuncio que dirigentes obreros, de repente estimulan a sus seguidores a exigir beneficios impagables o que impedirían que los otros dueños de las gallinas y sus dorados huevos, reciban los beneficios que merecen. Para él, la clase obrera no parece tener claridad sobre los nuevos tiempos. Parece creer que cierta dirigencia obrera fuese como el perro huevero.
Alguien dijo, persona muy respetable y hasta líder más allá de este pueblo, que “a mayor responsabilidad más sacrificios”. Quiso decir eso mismo, que quien dirige un proceso generoso para llevar bienestar a la gente, debe aportar su trabajo, proyecto, procederes, liderazgo personal y clasista. No es lo mismo cuando el gallinero es de un individuo, de un grupo que se adueña de los beneficios y hasta de aquello que suelen llamar los académicos la “plusvalía”, que siendo de todos. Aunque sea el Estado, o el mozo que asumió el comando del pueblo, pero que quiere que alcance para todos.
Los obreros del gallinero son merecedores de la mejor vida posible, pero ellos, como vanguardia, soldados de primera línea en la idea que el pueblo todo, propietarios y participantes en el proceso de producción, participen de los beneficios, deben o están obligados a cuidar y hasta inducir a que la balanza nunca se incline en exceso. La lucha de clases y por la justicia, va más allá de los linderos del gallinero. Hay que luchar por organizar la distribución, no para que se produzca una ribazòn a favor de un grupo, sino que los huevos alcancen para todos. Incluso para multiplicar la economía de la aldea que rodea al gallinero.
Menos deben los obreros y entre estos quienes se ufanan de ser la vanguardia, unirse a aquellos de antes que el mozo llegase, apadrinaban el festín entre fuereños y nativos con el fuereño atrás.

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