sábado, febrero 28, 2009

DE DIALOGAR HA HABLADO JOSÉ VICENTE RANGEL

Desde Venezuela


DE DIALOGAR HA HABLADO JOSÉ VICENTE




ELIGIO DAMAS



José Vicente Rangel, personaje a quien dispenso un gran respeto y hasta admiración por su aporte en las luchas populares, es recurrente en eso del diálogo.
Diría, si mal no recuerdo, que antes que Chávez apareciese en el escenario de la política, por usar un lugar común, cuando adecos y copeyanos reprimían y negaban toda clase de derechos a la izquierda venezolana, y nuestro personaje daba grandes combates por las libertades, ya hablaba de la necesidad de abrirle cauces al diálogo.
¿Acaso la empeñosa participación del presidente Chávez en el asunto colombiano no ha sido con el primordial interés que, quienes enfrentados, armas en la mano, están en aquel país, se sienten a dialogar para llegar acuerdos satisfactorios que les permita vivir con dignidad?
¿La estrategia puesta en marcha por el presidente, lo del Socialismo del Siglo XXI, el carácter mismo de nuestra constitución, no envuelven la idea del diálogo y son opuestos a la ferocidad de la violencia, como medio para implantar la justicia?
Proponer el diálogo no es per se un delito o una inconsecuencia. Eso depende de los asuntos a abordar y los resultados que de ello emanen.
Lo que si no debe hacer el campo revolucionario, menos en las circunstancias específicas de la Venezuela de hoy, es ofrecer la imagen de intransigente y permitir que la hipocresía prevaleciente, entre quienes el presidente llama la oligarquía, apoyada en sus poderosos medios, se aproveche de ella.
Dialogar, conversar, intercambiar opiniones, implica la posibilidad de llegar a acuerdos y sobre todo, mostrar a la multitud disposición a escuchar a todos. Dialogar con los amigos y los adversarios no puede asociarse a la bastarda idea de entregarse, hacer concesiones más allá de lo debido o arriar banderas.
Es cierto, que en el marco de una sociedad capitalista, más con los rasgos específicos de la venezolana, el diálogo con las clases dominantes con la intención de incorporarlas al cambio, es una como una tarea infructuosa, porque está montada en una contracción irreconciliable. Pero ello no niega validez al diálogo. En la guerra, el hombre a través de la comunicación, ha podido firmar convenios de regularización para hacerla menos cruel.
Pero se da el caso, y cree uno que en ello ha puesto José Vicente empeño, que en el abanico de clases, grupos, personalidades, etc., que hacen oposición al gobierno hay quienes tienen cosas que decir y que éste nada pierde con escucharlas. Al contrario, gana al dar muestras de amplitud y respeto por las minorías. Y él cree, no sin fundamento, que en esa policromía hay con quienes se puede, debe dialogar y hasta llegar acuerdos que no hipotecan al proceso revolucionario.
Lo que el gobierno no puede ni debe nunca, es hacer concesiones a los adversarios que signifiquen arrear banderas o retroceder en el empeño de transformar la sociedad venezolana, darle cada vez más poder al movimiento popular y garantizar que la riqueza preveniente de la renta o del trabajo se distribuya de la manera más equitativa.
No he leído opinión alguna de José Vicente Rangel, en los años difíciles de la lucha armada en la IV República, en esta de ahora y menos en los días recientes, donde exprese o proponga que los revolucionarios hagan concesiones o se hinquen ante la derecha y las clases que dominan en general.
De lo que se trata es de mostrar que los revolucionarios están en disposición de conversar, buscar acuerdos con todos aquellos en actitud de aportar y deponer irracionalidades para avanzar en el camino hacia el futuro socialista.
Mostrarse en el plan de guapo, busca pleitos y ofrecer la imagen que los enemigos tratan de vender en todas partes acerca de los revolucionarios, si es hacer concesiones o darle armas a quienes quieren destruir el bello sueño que encarna el presidente Chávez.
José Vicente, a nuestro parecer, habla de un diálogo productivo para que la revolución avance, desbroce el camino, abra puertas cerradas injustificadamente y, sobre todo, rescate banderas que muchas veces tremola el enemigo. Y sobre todo que haga deslindes y haga abortar las contradicciones en el campo opuesto al proceso.
No hay razones para pensar que hay mala fe, pretensiones reformistas inconfesables o entreguismo, en un hombre que a lo largo de su vida, en las circunstancias más difíciles, como aquellas de abril del 2002, pese su vieja amistad con Luis Miquilena, ligó su destino al del presidente Chávez y, hasta para decirlo como se debe, se la jugó completa. Y es particularmente significativo que éste, cuantas veces lo cree procedente, con generosidad lo reconoce.
Por sus luchas, consecuencia con los revolucionarios, solidaridad, tiene todo el derecho del mundo a emitir sus opiniones y a que aquellos le escuchen, lean y hasta discrepen, porque así lo demanda la dialéctica que es la propia vida, con el respeto que se ha ganado y merece.
De dialogar ha hablado José Vicente, no de recular, traicionar o entrar en contubernio con los opuestos al cambio de la sociedad venezolana

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