jueves, diciembre 13, 2007

LATINO-AMERICA. CUBA Y VENEZUELA- IZQUIERDA A DEBATE

Cohesión, programa y ética del debate: tres pilares del triunfo de la izquierda Integrar la cohesión de las fuerzas revolucionarias en torno a un programa que tenga consenso, por medio de un debate ético y democrático, es una de las garantías del éxito

Pedro Campos (Para Kaos en la Red) [10.12.2007 22:56] - 284 lecturas - 3 comentarios

Nunca será demasiado insistir en la necesaria cohesión de la izquierda, en cualquier proyecto revolucionario, como una de las condiciones sine qua non para alcanzar el triunfo y luego consolidarlo. Viejas consignas revolucionaria toman la palabra: “en la unión está fuerza y en la fuerza el triunfo” y “el pueblo unido, jamás será vencido” ¿Pero cómo fraguar esa unión?
La experiencia de los procesos revolucionarios no deja lugar a dudas: La Gran Revolución Socialista de Octubre comenzó su declive allí donde se inició la falsa unanimidad que impuso el dogmatismo.Sería prolongado recuento hacer la historia de los muchos fracasos de la izquierda latinoamericana a causa de la desunión. Ha habido triunfos sólo donde ha habido unidad y los fracasos se han iniciado con la desunión.Baste recordar cómo terminaron la gesta heroica del Che en Bolivia y la Revolución de la Nueva Joya en Granada. Aprendamos de las experiencias.
La Revolución Cubana llegó hasta aquí gracias al complejo proceso de integración entre sus fuerzas políticas, que muchas concesiones tuvieron que hacerse mutuamente para vencer los sectarismos, donde la fusión se basó en el papel protagónico determinante de Fidel. Sin embargo, estamos viendo que el Partido único no eliminó definitivamente la presencia de tendencias, que se vienen manifestando cada vez más perceptiblemente ante la enfermedad del Jefe, lo que parece indicar -a la larga- que ha existido más una cohesión que la siempre proclamada unanimidad. Aceptar esa realidad creciente, quizás no del todo visible, y su dialéctico desarrollo y luchar por consolidar una nueva base para su cohesión es una necesidad; pretender imponerle sectaria o dogmáticamente una nueva “unanimidad”, sería muy peligroso.
La Revolución Venezolana intenta un movimiento de unidad partidista que la práctica ha llevado de la unicidad a la unificación y desarrolla discusiones sobre las reformas propuestas por el Presidente Chávez a la Carta Magna, procesos que han mostrado una amplia diversidad en las fuerzas que sustentan el proyecto bolivariano, en las que han aparecido puntos de vista diferentes, situación que precisa ser valorada en toda su complejidad, a fin de garantizar la cohesión de los componentes que apoyan la consolidación del proyecto socialista.
La estrecha relación entre Cuba y Venezuela en los marcos del ALBA, la propuesta integración y nuestro futuro indisolublemente ligado, nos lleva a ambos pueblos a conceder gran importancia a lo que sucede en el otro.
Las revoluciones son distintas, tienen sus propias características y dinámicas, pero en todas se ponen de manifiesto algunos aspectos generales comunes, el estudio de cuya práctica los ha revelado con categorías de regularidad.
Que la unidad es necesaria para vencer la resistencia del Imperialismo y las oligarquías nacionales es algo muy claro para toda la izquierda. Los problemas vienen a la hora de concretarla, cuando los protagonismos, los intereses creados y por crear, la lucha de clases y la acción de zapa enemiga hacen presencia. Cohesión, programa y ética en el debate son tres de los aspectos más generales e importantes que inciden la superación de esos obstáculos y en la consecución del triunfo revolucionario.
Las fuentes de la desunión, de los programas confusos y de la falta de ética en el debate entre los revolucionarios se encuentran en la falta de claridad ideológica y de cultura política, en la lucha entre intereses protagónicos, en el sectarismo y otros vicios, de los cuales se vale la actividad enemiga para atizar las diferencias; pero todas esas causas producen los mismos efectos negativos para los procesos revolucionarios. De donde provengan, deben ser combatidas.
1-Cohesión, como unidad.
La práctica revolucionaria ha demostrado que la verdadera unidad es la que surge y se consolida por la cohesión de las distintas posiciones dentro de la revolución, como resultado del desarrollo natural de las contradicciones internas, sin necesidad de renunciar alos criterios propios, desde la mutua aceptación tolerante de las tendencias,más que de los intentos de unanimidad y unicidad orgánica impuestas por la fuerza, los intereses hegemónicos, los protagonismos personales y el sectarismo que ha logrado predominar. A la corta o la a larga, tal “unicidad” muestra sus falsas soldaduras, sus debilidades y si no se rectifica a tiempo con la aceptación de las tendencias diversas, pero enlazadas en torno a principios y fines generales, puede aparecer el umbral del fraccionamiento.
Muchas veces los conflictos entre personalidades encarnan otros más profundos, por lo que su solución va más allá de ellas, siendo imprescindible una política de tolerancias y concesiones mutuas, para evitar la división. Las hegemonías personalistas en los procesos revolucionarioshan demostrado ser coyunturalmente necesarias, pero también algunas han sido nocivas con el tiempo y la ausencia de las figuras.
La lucha debe ser por tanto en función de la cohesión de las fuerzas revolucionarias y su máximo nivel de integración, dados por la propia práctica del proceso, en base a principios y fines comunes, que pueden o no encontrar expresión en una figura única;aunque no siempre es posible y funcional la unificación orgánica e ideológica en un cuerpo único centralizado, monolítico, basado en la unanimidad. Siendo necesario buscar la identidad más en programas que en figuras. Los partidos políticos de la revolución socialista no son ejércitos ni fuerzas militares, si bien -imbricados ocasionalmente- han tenido que organizar siempre subrazo armado con férrea disciplina para vencer la resistencia del Imperialismo y la reacción; pero son fenómenos que nunca deberán confundirse.
2-El Programa.
El establecimiento diáfano del proyecto revolucionario que se pretende, es una de las bases principales de la cohesión. Medios y fines deben quedar bien definidos. Cuando no ha existido claridad, o la práctica ha demostrado las carencias o la inviabilidad del proyecto, como es el caso del socialismo de Estado fracasado de corte estalinista, se hace imprescindible la definición compartida del nuevo proyecto al que tributen todas las tendencias y fuerzas de la izquierda.
Son claramente los retos de Cuba y Venezuela en estos momentos: ¿Cuál socialismo, cuál democracia? A la vez título de un libro del comunista dominicano Narciso Isa Conde -de larga experiencia revolucionaria y uno de los principales propulsores latinoamericanos del Socialismo del Siglo XXI- son definiciones que debemos tener hoy muy claras. Lo que proyectemos debe tener el respaldo mayoritario de la izquierda, no necesariamente la unanimidad. La única revolución del siglo XX que iniciara el camino socialista y sigue en pie, la Cubana, ha demostrado la necesidad del consenso como condición del avance.
Ambos procesos revolucionarios enfrascamos procesos clarificadores de nuestros respectivos proyectos. Socialismo, todos queremos, pero es evidente que necesitamos precisarlo, reconformarlo y aunque no lleguemos a pleno acuerdo, debemos alcanzar un programa aceptable para la amplia mayoría de la izquierda. No hacerlo, pretender imponer una visión, un esquema desde el poder, la fuerza o cualquier otra posición es ir en contra del propio proceso que se quiere defender. El programa general es factor básico de la cohesión.
3-La ética del debate democrático entre revolucionarios.
El tema ha sido abordado en la Cuba actual. El de Venezuela y todos los procesos revolucionarios, necesitamos de una ética para el debate democrático entre los revolucionarios, que esté regida por algunos principios básicos, como el respeto a las posiciones de los demás, la tolerancia, el uso de terminologías no hirientes ni maximalistas, la no presunción de intereses mezquinos en los otros, el conocimiento libre y horizontal de la información, evitar las acusaciones de convivencia con el enemigo por el simple hecho de disentir, no adjetivizar a las posiciones ni a las personas discrepantes, discutir sobre razonamientos y argumentos y no sobre prejuicios o aspectos de la personalidad y otros por el estilo.
El debate verdaderamente revolucionario sólo puede ser democrático, contenido que sólo es real si existe para las minorías, que son siempre relativas y el debate las puede convertir en mayorías. El temor a ese desarrollo dialéctico es -muchas veces- la causa última de la ausencia de la ética, sin la cual llegar a acuerdo o consenso es muy difícil, si no imposible. Desgraciadamente, a veces la cultura política de los debatientes es insuficiente y si tal es patrimonio de una figura hegemónica como Stalin, los resultados son conocidos. Para él, el Partido se fortalecía “depurándose”; por eso su práctica dogmática y sectaria fue “la depuración” y no la búsqueda del consenso.
Si el sectarismo alimenta la falta de ética, la ética en el debate garantiza el entendimiento y poder llegar a acuerdos sobre bases y principios comunes sin abandonar las posiciones propias.
Lograr integrar la cohesión de las fuerzas revolucionarias en torno a un programa que tenga consenso en la izquierda,por medio de un debate ético y democrático, es una de las garantías principales del éxito revolucionario.
La Habana 10 de diciembre de 2007perucho1949@yahoo.es

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