miércoles, octubre 17, 2007

LA COMPUTADORA, LA PAGAPEO DE AHORA

Desde Venezuela

LA COMPUTADORA, LA PAGAPEO DE AHORA

Eligio Damas

En tiempos de la colonia, nos recordaba el psiquiatra y celebrado novelista venezolano Francisco Herrera Luque, las viejas señoronas enmantilladas, siempre se hacían acompañar a misa, desde prudente distancia, de alguna de sus jóvenes esclavas. En el apremiante esfuerzo para ponerse de rodillas o levantarse, como manda el rito religioso, a las doñas con frecuencia se les escapaban gases que impertinentemente estimulaban el oído y olfato de los vecinos que plenaban los santuarios. Las precavidas damas, para lavar sus involuntarias agresiones, optaban por culpar de tan enojoso asunto a sus esclavas acompañantes. De aquí que a aquellas silenciosas y muy discretas jovencitas, se les llamase, en la jerga popular caraqueña, las "pagapeos". Y la palabra se usó luego en el lenguaje coloquial venezolano para calificar a quien o quienes pagan culpas ajenas
Los hermanos Vellorini eran dos, Francisco y José. Dos personajes de "Canaima", una muy buena novela de Rómulo Gallegos. Francisco presumía de bueno, tanto que parecía en permanente campaña electoral, y todo empeño ponía en fingir de campechano. José, manipulado por su hermano, debía hacer el triste e incómodo papel de malo; quien en la firma Vellorini Hermanos, el negocio de ambos, a la clientela debía negar créditos, descuentos y hasta préstamos.
- " Por mi parte no hay problema"- decía el ladino de Francisco Vellorini, a quienes creyéndolo bondadoso, acudían a él en solicitud de un crédito.
- "Pero habla con José, quien, como sabes, por ser mayor es el jefe de la firma", y agregaba hipócritamente, "yo, desde acá, te echaré una ayudita".
Ya el viejo, y en verdad buenazo de José, estaba programado por su hermano para que dijese que no.
José Vellorini, en Vellorini Hermanos era, ni más ni menos, el inocente pagapeos.
Franz Kafka, el celebrado escritor checoslovaco, autor de "La Metamorfosis", "América" y "El Proceso", entre otras obras, nos muestra el lado absurdo, laberíntico y hasta incomprensible que muchas veces ofrece la conducta humana. En "El Proceso", la justicia y los órganos encargados de impartirla se despersonalizan de manera absoluta y se desvanecen en un mundo de apariencias y formalidades. Todo lo humano parece evadirse y esconderse tras un laberinto de normas, códigos absurdos, pasillos intrincados y escritorios formando filas interminables.
Y hay un pagapeismo kafkiano, para la aguda percepción, en la conducta de entes públicos o privados que, como la CANTV, CADAFE y sobre todo el sistema bancario y servicio de salud privado, amén de otros que harían una lista larga, pretenden ocultar sus errores en la presunta infalibilidad en la relaciòn entre las computadoras y quienes las operan. Hay pues un dios oculto detrás de aquel armatoste de circuitos y cables diminutos.
-"Lo siento, es cosa de la computadora" - dice el empleado de la telefónica, casi siempre una dama, o el “ejecutivo de atención al cliente” en la agencia bancaria, cuando alguien temeroso acude a reclamar que, pese a tener dos meses fuera de casa con toda la familia, el teléfono desconectado y las puertas tapiadas para que nadie entrase, el recibo salió por sopotocientos bolívares o de mi cuenta de ahorro me esquilmaron tres millones. Y el empleado jura que está como leyendo una sentencia por supuesto inapelable. En la compañía de seguros, niegan el pago del siniestro, una palabra fea que ellos usan para denominar cualquier accidente aun siendo insignificante, o el reembolso del gasto por uno hecho en medicinas, porque eso no está en computadora. En la computadora no aparece el registro del arrume de documentos que la cooperativa consignó, para que hoy le entregasen el crédito; y sí allí nada se dice, eso nunca sucedió
De nada vale que se exhiba los documentos que constatan que el reclamo fue introducido oportunamente y cumpliendo todos los requisitos.
Y si uno protesta o pone mala cara, en alguno de estos casos, el empleado o empleada, para hablar con estricto apego a lo constitucional, nos mira de arriba para abajo como diciendo:
-"¡Tan ignorante; y qué poner en duda una cuenta o informe que salió de la computadora!".
En este caso, a la computadora, se le pone frente a uno como la miserable pagapeos colonial o el inocente de José Vellorini.
Pero lo más triste del caso es que a la dama colonial nadie creía; al ladino de Francisco Vellorini terminaron por descubrirlo, ¡porqué tanto va el cántaro al agua! A las empleadas o empleados de CANTV, CADAFE o a “los ejecutivos” bancarios de ahora que nunca dan la cara, tampoco creen, pero la mayoría de la gente al llegar a los predios de la computadora, se detiene y por no entrar en el espacio que está detrás de los espejos o ese mundo kafkiano de lo formal y absurdo que son las oficinas del sector público o de la gran empresa privada, prefiere sonreír y como filosofando dice: "bueno, si es ella quien lo dice, así será. ¡Santa palabra!".
¡Qué crueles resultan a veces las máquinas! Hasta parecen discursos de viejos políticos. Pero, debe usted saber, aunque parezca absurdo, eso forma parte de la lucha de clases. Es una como sutil manera, pero de una crueldad inusitada, de atropellar a los débiles.

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