domingo, agosto 05, 2007

CUBA Y EL SOCIALISMO DEL SIGLO 21

Desde La Habana

Cuba y el Socialismo del Siglo 21

Por Manuel Alberto Ramy
maprogre@gmail.com

Acabo de leer un trabajo del teórico alemán Heinz Dieterich publicado en www.Rebelión.org en el que se muestra contento porque “el Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC) decidió que entre las prioridades de investigación en las Ciencias Sociales y Humanidades para el periodo 2007/2010 se integrara el Socialismo del Siglo 21”.

Señala Dieterich que la idea del socialismo del siglo 21 es anterior al ascenso al poder del presidente venezolano Hugo Chávez, que ha calificado a su proceso como el socialismo de nuestro siglo. Agrega Dieterich que hace varios años él planteó el tema, pero la posición que primaba en Cuba era que "hay un solo socialismo" y que no hay que hablar del “socialismo del siglo XXI”, lo cual le pareció “insostenible”. Ahora las puertas están abiertas a la investigación.

No soy un teórico ni un académico, si acaso un periodista y no de carrera sino a la carrera. Sin embargo, soy un cubano que ha vivido los casi 50 años que lleva el proceso iniciado en 1959 y, como cualquier hijo de vecino, tengo un sinnúmero de preguntas y opiniones.

Es magnífico abrir un debate serio sobre el socialismo —que por cierto, sin ruido vienen llevando acabo distintas instituciones, como he reportado anteriormente—, y también ponerle la marca del nuevo siglo siempre que no sea como ocurre con las anuales pasarelas de autos a fin de mostrar novedades que varían poco del anterior modelo.

Existe un nexo indisoluble entre la teoría y la práctica, una retroalimentación imprescindible entre ambas. Las vivencias —que no son otra cosa que las caricias y también las cicatrices que la realidad van dejando en la piel de la sociedad—, son más elocuentes que toda teorización. No en balde Lenin dijo que “la practica es el criterio de la verdad”.

Si algo está bien definido para los socialistas es el objetivo a lograr, el rollo empieza en la andadura y en el método y las vías para alcanzar a aquél, que no solo responde a la voluntad de los revolucionarios y en la cual inciden grandemente los enfrentamientos imprescindibles con la realidad a cambiar y sus patronos extranjeros. Este enfrentamiento es real —los cubanos somos expertos en la materia—, pero por real y vigente, si bien llama a la habilidad, al talento, a cierta prudencia, no debe ser excusa permanente para cerrarnos al debate creativo y a la exploración de ideas y soluciones novedosas.

Tenemos una experiencia de fracaso descomunal y de sus consecuencias que marcaron el final
del pasado siglo y el despegue de la actual centuria: en la URSS y el ex campo socialista, el “socialismo real”, resultó irreal; de participación activa de la sociedad, devino en verticalidad de orientaciones; de un periodismo que usaba la crítica se convirtió en creaciones apologéticas; de debates abiertos dentro del proyecto —no fuera de él—, pasó a lectura de manuales con características dogmáticas, y el salario acorde con lo que produzcas fue sustituido en buena medida por el papel que ocupabas en la cadena productiva. En fin, la socialización de las actividades productivas y de servicio quedaron en el capitalismo de estado que se encargaba de revertir la plusvalía de manera indirecta, según estimara una burocracia que al final decidía el juego.

El hombre productor es consumidor, es una realidad. Satisfacciones e insatisfacciones de esta doble condición que se integra en una sola persona, el ciudadano, son determinantes. La ruptura de esta doble condición deviene fatal. Desde hace muchos años el imperio trabaja en esa dirección, y si bien en estos momentos no hay recursos materiales suficientes para armonizar esa dualidad, sí existen medidas de otra índole, como la participación real, efectiva, en la toma de decisiones. El hombre que realmente participa, se compromete y a la vez enriquece las ideas y disposiciones de los dirigentes. Se trata de un elevador que baja, pero también sube.

Recuerdo que al principio de la crisis de los años 90 en todos los centros de trabajo y servicios,
el Partido Comunista de Cuba (PCC) convocó a asambleas abiertas para que todos —militantes y no militantes— hablaran y opinaran libremente sobre los temas más acuciantes. Vinieron medidas como descentralización de la economía, los mercados libres campesinos, la despenalización del dólar y otras menos visibles. Dichas asambleas, que de inmediato no resolvieron los problemas del “estómago”, sí satisficieron en parte los del espíritu: yo cuento, yo valgo, yo opino, yo participo. Y salimos adelante, con rémoras, cierto; con problemas que arrastramos ahora mismo como la corrupción, la crisis de valores, pero salimos del gran hueco. Ahora se trata de retomar el rumbo, partiendo de esas rémoras, pero con una mayor experiencia como proceso cubano que debe incluir los fracasos del socialismo irreal y las nuevas experiencias que vienen dándose en otros países. Y también cuanto de positivo hubo en ciertas medidas de los años 90 que pueden ser reacomodadas a las actuales circunstancias.

El proceso cubano ya lleva casi 50 años. ¿No tiene suficiente praxis, como dicen los teóricos, como para zambullirnos por dentro y ver que durante ese período de tiempo hay áreas en la economía, especialmente en el sector de los servicios que no han funcionado —y no me refiero a la educación y a la salud? ¿Qué vamos a hacer con eso? ¿Insistir o repensarlo creativamente?
No hablo de copiar el modelo chino o el vietnamita, porque quien copia al final suspende el examen, la vida es implacable. Cada quien camina con sus requerimientos, circunstancias y necesidades. Incluso, los chinos, que estrenaron la llamada economía socialista de mercado y que para mediados de este siglo serán la economía más poderosa del planeta, están envueltos en este momento en un proceso que si bien parece que no tiende al desmantelamiento de ciertas aperturas, sí buscan un mayor control de las mismas a fin de que el objetivo final no se pierda. El balance de logros económicos y posibles perdidas políticas es la tarea de ellos. ¿De ellos solamente?

La situación cubana es otra. No hemos logrado el despegue económico: gastamos más de mil millones de dólares en alimentos, compramos el 85% de lo que comemos y nuestra agricultura decreció un 10% en el 2006. ¿Habrá que meditar mucho en el socialismo del siglo 21 —del que desconozco sus características— para resolver esa situación que sí impacta negativamente entre los ciudadanos por razones diferentes a la de los chinos, por ejemplo? ¿O tendremos que explorar nuevas experiencias en el sector agropecuario?

Bienvenidas y necesarias todas las investigaciones teóricas, pero ¿por qué no empezar por nuestra propia experiencia de éxitos y también de ineficiencias y errores?

Manuel Alberto Ramy es jefe de la corresponsalía de Radio Progreso Alternativa en La Habana, y editor de la versión en español de Progreso Weekly/Semanal.

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